"Si quieres ver cómo se bautizan los seres celestes, vuelve ahora tus ojos al océano y allí te mostraré un nuevo espectáculo, el mar en toda su inmensidad, el mar sin límites, el abismo insondable, el océano inconmensurable, el agua pura, el bautismo del sol, el lugar donde se reavivan las estrellas, el baño de la luna: aprende de mí con seguridad el misterio de su baño."
Con una maravillosa floritura poética, Melitón de Sardis, padre de la Iglesia del siglo II, describe cómo el sol se regenera y purifica cada día en un verdadero bautismo en el mar, un baño"en agua fría sin apagarse porque posee un fuego que nunca se duerme". Esta inmersión mística ahuyenta las tinieblas de la noche y genera el día luminoso: un rastro de luz pura que permite también a la luna y a todo el firmamento. El hombre no puede permanecer indiferente ante semejante espectáculo, ni en los siglos pasados ni en la actualidad. El sol nos habla y se convierte para nosotros en una imagen en la que se cuenta el Misterio, en la que Dios se deja conocer y amar.
"Ahora bien, si el sol se lava en las estrellas y la luna en el mar, ¿por qué no ha de lavarse también Cristo en el Jordán?
Así, con sencillez poética y al mismo tiempo con una profundidad espiritual que toca la mente y el corazón, Mons. Melitone compara a Cristo con el sol. ¡En efecto! ¡Cristo es el Sol! Y lo dice la propia Escritura, que nos presenta"la luz verdadera que ilumina a todo hombre" (Jn 1,9).
Los cristianos,"hijos de la luz" (Lc 16,8), contemplaron desde los primeros siglos el renacimiento diario del sol como símbolo de la Resurrección y, como escribió Tertuliano, el Oriente, donde nace el sol, es la imagen de Cristo: Oriens, Christi figura. Por eso los cristianos de las primeras comunidades, para rezar, se volvían hacia el lugar del sol naciente. Su oración era hacia el Este: ¡una oración, en efecto, orientada! Precisamente hacia el lugar donde"el sol de la justicia saldrá con rayos benéficos" (Ml 3,19).
El hombre orante, el símbolo del orante que se encuentra en muchas catacumbas cristianas, suele representarse de pie con los brazos hacia el cielo y la cabeza vuelta hacia el sol. La necesidad de orientar la oración era tan fundamental para los cristianos que hasta las piedras traducían el símbolo. Las primeras iglesias también estaban orientadas y los fieles rezaban mirando al este. Se trata de una lógica totalmente opuesta a la del teatro griego, que debía orientarse hacia Occidente para que el clímax de la tragedia coincidiera con la puesta de sol, una especie de telón de boca moderno. El altar, símbolo de Cristo, también debía mirar hacia el sol naciente y toda la asamblea, presbítero y fieles, celebraba la Eucaristía en esa dirección. Esta conciencia estaba arraigada tanto en las Escrituras como en la experiencia de la vida cotidiana. Esto es lo que llegó a escribir Clemente de Alejandría:
"Acojamos la luz para poder acoger a Dios. Acojamosla luz y convirtámonos en discípulos del Señor".
En una sociedad que está perdiendo el gusto por la poesía, que tiende a rebajar la importancia de un lenguaje figurado para narrar la Belleza... quizá debamos tener todavía el valor de dirigir nuestra oración y con ella toda nuestra vida. Quizá debamos seguir sintiendo el deseo de levantarnos temprano por la mañana, como las mujeres que corrieron al sepulcro. Quizá debamos volver a escuchar el canto del gallo, otro símbolo cristiano de la Resurrección, y esperar ansiosamente a que amanezca... El Misterio no se puede explicar, si lo hiciéramos dejaría de serlo. El Misterio se puede contar, el Misterio se puede saborear en un lenguaje que sabe hablar del Cielo, que sabe hablar del Infinito. Por eso, un sol naciente puede contarnos el misterio de la Pascua, de la muerte, de la ocultación en el sepulcro y de la Resurrección de un modo más eficaz, para la mente y el corazón, que muchos sermones o discursos...
El encanto de un nuevo sol en la brisa del mar por la mañana tiene quizás una fragancia de Esperanza que difícilmente podría describirse con palabras. Y el corazón de nuestra fe late precisamente "demadrugada, el primer día después del sábado, ... al salir el sol" (Mc 16,2) porque una voz nos llama:
"¡Levántate, tú que duermes, y libérate de los muertos, y Cristo te alumbrará"!
Estamos llamados a responder al milagro de la Luz. Estamos llamados a despertar, a levantarnos y a elevar nuestras manos al cielo. Debemos encontrar la fuerza para volvernos, para convertirnos y mirar la verdadera luz, la"luz suave" como la llamó el Cardenal Newman, la luz de la Esperanza que viene a visitarnos como "un sol naciente". Newman lo llamó, la luz de la Esperanza que viene a visitarnos como "un sol naciente" (Lc 1,78).